sábado, 24 de enero de 2009

lLA CARCEL EN QUE SE ENGENDRO EL QUIJOTE


En la primavera de 1602 llegó Lope de Vega a Sevilla en seguimiento de la nueva señora de sus pensamientos, la sin par Camila Lucinda. No se fiaba mucho Lope de Vega de la firmeza amorosa de Camila, y esto le hacia andar desazonado tras ella de la ceca a la meca. El Fénix alternaba con la más selecta sociedad sevillana de las letras, asistiendo a las tertulias el celebre don Juan de Arguijo y del pintor Pacheco, mientras que Cervantes, aplanado mças que nunca por la desgracia y la pobreza, cultivaba los cenáculos a que solian concurrir los innumerables poetas de entonces, opulenta antesala de las Indias, poetas de buen humos como el viejo Pamones, Juan de 0choa, Juan López del Valle,Alonso Alvarez de Soria, Luis Vélez de Guevara, y otros muchos que vivian y bebian en contacto con las más bajas capas del pueblo. El arribo de Lope tras su desmandada ovejuela ocasionó nuevos sometazos o sonetadas contra él y su ridicula situación amorosa por parte de los alegrres cofrades de Baco y de las musas.
Desde este ambiente y con tal estado de espiritu, entró Cervantes en la Cárcel Real de Sevilla, en el mismo año de 1602, por no haber formalizado ni rendido ciertas cuentas de las muchas en que intervenia por sus comisiones y apremios.
La cárcel de Sevilla, era el más pintoresco y espantoso lugar de la abigarrada España de entonces, en ella alternaban los repugnantes criminales con personas como cervantes, a las que su mala estrella condcia a tan inmunda Babel. Los presos eran innumerables, el escándalo, continuo. Se jugaba en tablas alquiladas, se bebia y comia en sus cuatro bodegones, alternando los cánticos báquicos con los lamentos de los condenados a muerte. Aquel fue el escenario que rodeó a Cervantes mientras escribia, por ahuyentar sus negros pesares, quizá para preparar unos miserables recursos para cuando saliera de tal infierno, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitacion.
En la mente del autor del Quijote se unirian el despechado recuerdo de Lope de Vega en el apogeo de sus glorias, no obstante sus ridiculas y románticas exaltaciones con las no menos ridiculas y exaltadas tramas de la innúmeraq flota de los libros de caballerias, que con sus romances satirizados en El entremés de Bartolo, constituian el alimento espiritual de aquel pueblo español, siempre apegado a la realidad y a lo positivo, pero admirador profundo de todo lo estupendo y maravilloso. Con estos elementos contradictorios (idealismo exaltado, triunfante en Lope y fracasado en la propia vida de Cervantes, y brutal realismo ambiente) tejió nuestro insigne autor el más c9omp0leto y exacto reflejo que se ha hecho del mundo y sus inútiles afanes.
Desde luego, Cervantes no se propuso escribir en su Quijote una extensa y complicada novela, sino lo que ahora llamamos un cuento o novelita corta, semejante a las novelaqs ejemplares, que acabaria con la vuelta a su casa del apaleado héroe, a lomo del jumento de propiedad de su vecino Pedro Alonso, o más bien con el escrutinio y consiguiente cremación de la libreria caballeresca. El mismo Manco sano debió de sorprenderse del partido que se podia sacar de un argumento tan ocasional y limitado como el que constituyó la primitiva ficción y núcleo del Quijote.

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